Conozco a un hombre
que camina con pies de paja
sobre los suspiros de asfalto
con los dedos amarillos
por cien canciones fumadas
entre sus pulmones negros.
Conozco a un hombre
que dibuja cigüeñas con la voz
sosteniendo en cada mano un hemisferio,
desandando el viaducto
y reposando su esquela
sobre el calendario solunar de su madre.
Conozco a un hombre
que da de comer corcheas
a los coches abollados
sentado en la arena
de lo que hace años
fue un bosque de encinas.
Conozco a un hombre
con las manos manchadas
de un silencio espeso,
tan espeso que su espera
por el verbo no le limpia
el agua de su acequia.
Conozco a un hombre
que todavía no se conoce,
que se esconde de los espejos
detrás de una guitarra
y canta sobre sí mismo
en tercera persona.
Conozco a un hombre
que delega en los libros
el amor que sus labios sostiene
y en cada línea imagina
el vacío de pestañas y ojeras
de noches sin mañana.
Conozco a un hombre
que enciende una bombilla verde
para que nadie le encuentre
y me pide, a veces,
que siga –Gigante–
su corazón.
Conozco a un hombre
que aun no conozco,
un hombre que se encierra
detrás de una vieja casa
con la juventud de unos ojos
que miran Madrid por primera vez.
Conozco a un hombre
que le pide a la noche
que le espere desnuda
y despierta en la misma cama
donde lloran los arpegios
mudos de las chimeneas.
Conozco a un hombre
que no me conoce
aunque abrevie mi nombre
en el tumulto y me estreche
la mano con la mano firme.
Y yo, que miro
su sombra con los ojos perdidos,
le miento y le digo
que conozco a un hombre
que le debe al viento
su mejor acorde,
un hombre
con una bombilla verde
encendida detrás de los ojos.
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